Modos diferentes de hacer con la falta a nivel del saber. Nuestro quehacer ético.
Con motivo de los 25 años del Colegio de Psicólogos y a partir de vuestra propuesta, tomaré la palabra.
A propósito del Código de Ética hablaré de lo que me causa, respecto a la formación del analista, interrogante que nos lleva a reflexionar acerca de la praxis de hoy en día; y creo que algunas cuestiones pueden hacerse extensible a otras terapéuticas.
Ya Freud en su artículo Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad? (1919 1918) nos hablaba “la orientación teórica que le es imprescindible la obtiene mediante el estudio de la bibliografía respectiva y más concretamente, en la sesiones científicas de las asociaciones psicoanalíticas, así como por el contacto personal con miembros más antiguos y experimentados de estas. En cuanto a su experiencia práctica, aparte de adquirirla a través de su propio análisis, podrá lograrla mediante tratamientos efectuados bajo el control y la guía de los psicoanalistas más reconocidos”. (S. Freud Obras Completas. Volumen 17 (1917-19). Amorrortu editores. Buenos Aires. 2007. Pp. 169) Aquí encontramos el famoso trípode freudiano (formación teórica, análisis personal y supervisión o control), que debe guiar nuestra práctica analítica; y es un antecedente del código de ética y demás reglamentaciones.
Considero que estos tres requisitos, necesarios para nuestra formación, tienen algo en común: los tres plantean una falla, un defecto, una falta en cuanto al saber.
Freud en su artículo Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912) nos decía que “…es lícito exigirle - al analista- que se halla sometido a una purificación psicoanalítica, y tomado noticia de sus propios complejos que pudieran perturbarlo para aprehender lo que el analizado le ofrece. No se puede dudar razonablemente del efecto descalificador de tales fallas propias; es que cualquier represión no solucionada en el médico corresponde, según una certera expresión de Stekel, a un punto ciego en su percepción analítica”. Freud eleva el análisis personal por sobre el estudio de libros y la audición de conferencias; y nos anticipa que de no proseguir con él se correrá el riesgo de no aprender más allá de cierto límite y de ser un peligro para otros. (S. Freud Obras Completas. Volumen 12 (1911-13). Amorrortu editores. Buenos Aires. 1998. Pp.115-116)
Mientras que en Análisis terminable e interminable (1937) al retomar las palabras de Ferenzi enunciaba “también la peculiaridad del analista demanda su lugar entre los factores que influyen sobre las perspectivas de la cura analítica y dificultan esta tal como lo hacen las resistencias”. Esto podría vincularse a lo dicho por Lacan, que las resistencias son del analista. Más tarde Freud continúa diciendo, “el analista, a consecuencia de las particulares condiciones del trabajo analítico, será efectivamente estorbado por sus propios defectos para asir de manera correcta las constelaciones del paciente y reaccionar ante ellas con arreglo a fines. Por tanto, tiene su buen sentido que al analista se le exija, como parte de su prueba de aptitud, una medida más alta de normalidad y de corrección anímicas; y a esto se suma que necesita de alguna superioridad para servir al paciente como modelo en ciertas situaciones analíticas, y como maestro en otras”. Es por ello, que para adquirir la aptitud ideal que le hace falta recomienda nuevamente el análisis propio. Y nos dice que será el didacta quien juzgue si se puede admitir al candidato para su ulterior formación. Por último, agrega “el análisis propio también y no sólo el análisis terapéutico de enfermos, se convertirá de una tarea terminable (finita) en una interminable (infinita).” (S. Freud Obras Completas. Volumen 23 (1937-39). Amorrortu editores. Buenos Aires. 2006. Pp. 248 a 251)
Lacan es freudiano en muchos aspectos, aunque subvierte algunos de estos conceptos. Sin embargo, nos enseña en la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanálisis en la escuela” (en Ornicar? El saber del psicoanálisis. Publicación periódica del Champ Freudien. España) que el analista sólo se autoriza a partir de él mismo. Considera el hecho de ser analista un acto subjetivo, singular de cada aspirante y como todo acto es sin Otro, se produce desde nuestro juicio más íntimo. No obstante, esto no quiere decir que no se necesite un reconocimiento de la comunidad analítica. De ahí es que propuso que, un analizante deviene analista al final de su análisis; y puede testimoniar sobre su deseo de analista, en una experiencia que denominó “el pase” y elegir dar prueba allí de su formación, que no es sin otros. Es decir, la iniciativa la deja del lado del psicoanalista mientras que las garantías de ello las ubica del lado de la Escuela (Escuela Freudiana de París y más tarde Escuela de la Causa Freudiana). Lacan plantea una conclusión para el análisis, por más que nuestra formación nunca finalice y abandona el término de análisis didáctico, fundando un nuevo estatuto.
Un modo diferente de dar cuenta de la formación es en el dispositivo de supervisión o control, para lo cual se necesita tener transferencia con otro para poder decirle por donde anda nuestra experiencia. De nada sirve mostrar los logros, eso se relacionaría con el narcisismo, con el ideal; sino más bien aprender de los tropiezos e ir transformando el deseo del que nos habla Lacan. Sólo así obtendremos efectos de control, efectos de formación, efectos subjetivos, que como tales requieren de tiempos lógicos y son siempre del orden de lo singular.
Lacan diferenció el control de lo obligatorio y lo ubicó también del lado del deseo del analista, de lo necesario, del deber ético. En la actualidad se escucha mucho “no voy a supervisar por la plata”, lo mismo dicen del análisis propio. Impresionando ser más una resistencia que un motivo real. Ya que hoy vemos distintas ofertas, con aranceles diversos y algunos accesibles. Será que no se está tan dispuesto a perder algo para luego ganar? Por otra parte, hay casos que controlan no tanto para ver la dirección de una cura o el diagnóstico del analizante; sino como una urgencia de parte del que analiza, para saber que decir frente a la demanda de quien consulta o qué hacer con lo que nos angustia.
Sería conveniente como analistas no taponar nuestra angustia, ir más allá de ella en nuestros análisis y desde allí encontrar un estilo propio, no ideal, que nos posibilite un saber hacer con nuestra práctica.
Además del análisis personal y el control, se necesita de la lectura, estudiar la teoría para completar el trípode. Por otra parte, para ser analista debemos tener la convicción de la existencia del inconsciente, la emergencia de lo reprimido y la técnica analítica.
Según mi criterio, ante la gran oferta del mercado en cuanto a la formación vemos los llamados “eclécticos”, que en la vorágine de saber de todo un poco no profundizan en ninguna teoría. Pero cada teoría tiene concepciones diferentes acerca de las nociones de objeto, pulsión, de la dirección de la cura, etc. Tampoco me refiero al fanatismo cual un saber sectario. Debemos ser crítico y que el fundamento teórico no nos sirva para encuadrar al paciente dentro de una determinada clase sino ir al detalle, a la particularidad del caso por caso, de la estructura clínica. Además es desde una teoría bien definida, con fundamentos claros que podremos conversar con lo diferente.
Sin embargo, el trabajo del psicoanalista no debe darse en el aislamiento, por eso es importante el lugar de la institución, del lazo con otros y de la transmisión para la formación del analista, haciendo que el saber nos trascienda y evitar así el narcisismo de las pequeñas diferencia, como lo decía Freud en el malestar en la cultura (cuestión difícil de erradicar en ciudades chicas como la nuestra). Para lo cual necesitamos descompletar también al Otro institucional y orientarnos por la causa analítica. Si bien es necesario en un primer momento suponer un saber en el Otro, de a poco deberíamos lograr no saturar la falta del Otro para permitir de esta manera, que avance el psicoanálisis frente al desafío que nos enfrentamos a diario.
Como decía anteriormente, hoy nos encontramos con una diversidad de ofertas en cuanto a la formación. No obstante, en algo coincidimos cuando interactuamos las distintas instituciones: la escasa convocatoria que hay. Esto nos lleva a repensar todo el tiempo acerca de las tácticas, estrategias y no sólo de las políticas a implementar desde lo institucional para propiciar la participación. El deseo desempeña un papel preponderante en la transmisión del psicoanálisis, posibilita interrogarnos permanentemente ya que lo que encontramos nunca es exactamente lo que nos falta. Pero es manteniendo esa hiancia que se producen búsquedas y hallazgos.
Ahora bien, el entusiasmo, la pasión, la iniciativa conlleva una intención personal intransferible. Todo ello puede ser englobado con el término deseo. El deseo es lo que mantiene viva tanto la teoría como la práctica. Entonces, será que en nuestra comunidad hay un deseo tenue, poco decidido o se está desorientado en cuanto a él?
La idea del objeto, de lo que nos falta, debe transformarse en lo que nos causa el deseo. Es decir, la falta debe operar como causa, como motor para permitirnos ir a buscar, investigar y así obtener una ganancia o saldo de saber. Responsabilizarnos de nuestra falla implica un deber ética ineludible de cada colegiado, como parte de nuestro quehacer profesional. Y como tal, si nos hacemos responsable de ello, nos impulsará una búsqueda que siempre producirá efectos de formación.
Pero al mismo tiempo como no hay cura tipo como nos enseñaba Lacan, tampoco hay formación tipo, depende del caso por caso. Es decir, esta no requiere una cantidad determinada ni una frecuencia fija. La formación es efecto del análisis personal, del control y de la formación teórica como recorrido particular. No es sin estas tres patas de trípode que se puede llevar a cabo.
Estos tres requisitos de nuestra formación nos remiten al deseo del analista.
Tal como postulaba Lacan en su Seminario XI: “Lo que busca el psicoanálisis didáctico y pone en tela de juicio es cuál es el deseo del analista? El deseo del analista no puede dejarse fuera de nuestra pregunta, por una razón muy sencilla: el problema de la formación del analista lo postula”. (Lacan, J. Seminario libro XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. 1964. Ediciones Paidos. Bs As- Barcelona- México. Pp. 18)
Entonces qué entendemos por el deseo del analista. Brevemente diré, el deseo de analista tiene la misma estructura que el deseo. El deseo por estructura es el deseo de Otro. El analista en el análisis ocupa el lugar del Otro de la palabra. La ética del psicoanálisis implica que el sujeto advenga a ese lugar gracias a la acción de la transferencia y que al someterse a la operación analítica renuncie a algo de su goce, quedando preso de la metonimia significante propia de la causa del deseo. Pero el deseo del Otro debe permanecer enigmático, es decir el analista no debe responder a la demanda del analizado para no saturar la falta que posibilita el deslizamiento. Al analista se le supone que parta al encuentro de la verdad acerca del deseo inconsciente. El saber inconsciente como efecto de la no completud del saber del Otro. Para ello el analista no debe ceder ante su deseo. Y para llevar un análisis hasta el final, el analista debe también caer como resto y no engañarse con la ficción que propone la transferencia, ir más allá de su narcisismo. En la medida en que no responda a la demanda de amor de su paciente, emergerá la pulsión envuelta en los ropajes del síntoma y permitirá que cada quien encuentre una nueva satisfacción, un nuevo amor, una solución no tan mortífera ni sufriente. Esto emparenta al psicoanálisis con el arte, con la sublimación.
Ahora bien, ante la demanda social actual el saber hacer del analista tiene un límite. Algo debemos responder, aunque ser analistas no nos da el derecho a saber todo ni a hablar de todo, sino aburriríamos.
En palabras de Eric Laurent en “Cómo se enseña la clínica? (en Cuaderno del ICBA Nº 13. Instituto del Campo Freudiano. Instituto Clínico de Buenos Aires enseñanza e investigación en psicoanálisis. Bs As. 2007. Pp. 46) “La ignorancia es una pasión más verdadera que el deseo de saber, que se dirige al ideal. Así que, si queremos, como decía Jacques Alain Miller, crear lugares en los que haya una atmósfera de pasión, de búsqueda apasionada y que exista tanto a nivel del psicoanálisis aplicado como del puro, esto no puede organizarse sobre el deseo de saber sino más bien del deseo de investigar sobre el no saber, que es otra cosa”.
Asimismo la apuesta a la escritura puede generar nuevos encuentros con la lectura para los colegiados, producir ciertos hallazgos a nivel singular y permitir una invención intelectual. Que por más que no escribamos nada novedoso, se convierta en algo nuevo para cada uno. Porque como sabemos la repetición no es siempre de lo mismo. Además podría ser una política a seguir desde el colegio de psicólogos; y de este modo contribuir con nuestra formación. Tal como Lacan nos enseñaba que necesitábamos de la Escuela para dar garantías como analistas, los psicólogos necesitamos del Colegio de Psicólogos para dar cuenta de nuestra ética profesional. Agradezco la invitación.